Le gustaba ver las gotas de leche en espiral cuando caían y se disolvían en el café, aunque la mesa estaba repleta de gentes muy gente, estaba sola, no encontraba donde colocar sus pensamientos, en que terreno confiarlos, debajo del azúcar, entre el cuaderno lleno de arañazos y cabellos de tinta, o dentro la taza de café, no le angustiaba el asunto, sin embargo, como siempre una mueca seca se le venia a la boca, le molestaba pensarla torcida y delatora, por eso algo le andaba aceleradamente dentro del pecho, pensó en arrancarse las uñas, quizá en morderse el corazón, pero ni una ni otra cosa estaba disponible de momento.
-Nunca a sabido controlarse- oyó que alguien decía detrás, muy lejos, un eco tal vez-Una taza más y explotara mi cabeza -escucho dentro- o saldrá dando tumbos por todo el café y seguro golpeara a alguien, ¿siempre eres tan descuidada?
Escuchaba, escuchaba de lejos y de repente esa molestia de no saber cuantas canciones habían pasado sin siquiera darse cuenta, una, dos, trescientas, quien sabe, era gracioso que no le pasara con los libros, que se repetía con la gente, que tampoco pasaba con las palabras cuando no eran casuales. De nuevo, voces lejanas y de fuera.
-siempre se ríe sola- dijo mientras le daba un sorbo al café silenciosamente-Y en ocasiones hablo sola- se respondió distraídamente,
Ojos chocando con los suyos en una furtiva y penosa huida, por lo menos las palabras aunque en ocasiones graciosas, nunca cobardes, como los ojos, como la boca delatora. Cada vez se preocupaba más y más por sus juicios. ¿Serian en realidad tan ingenuos?, como aquel en el que pensaba que la gente es de colores, y se preguntaba como le haría para ir por ahí con gafas oscuras a todas horas. En ocasiones, no hay que tomarse muchas cuestiones a pecho, entonces era esa la hora de salir del café y dejarse devorar por el exterior.