Buscábamos aquello que alguna vez leímos,
lo que encontrábamos fugazmente en esquinas polvorientas ,
de noche entonces con pinceles y relojes lo ahuyentábamos.
Guardábamos el polvo en joyeros,
colmábamos las alacenas de arena.
De nuestros dedos y cuellos colgaban tintas en todo momento,
mientras una vez más,
atinábamos a leernos las manos llenas de precipitadas muertes,
de incesantes vocablos .
Comprendemos (cierto)
las páginas amarillas entre los sedimentos de las épocas,
el olor a tierra mojada entre las madrugado de los ciclos,
Pero, la palabra que empieza la cadencia,
¿quién la alcanzará a comprender?
Era tan falso hacerlo todo desde la palabra, era tan falso.