De la convivencia
Sentados en el sillón
Hombre: que vivimos de las tazas de café vacías y los asientos repletos de diarios viejos, y no nos importa.
Mujer: ¿Quien dijo que no nos importa?
H: lo digo yo, a quien no le importa en absoluto, desde que te mudaste eres parte del monstruo de dos cabezas que formamos, y por lo tanto, vivimos de café regado por el piso, escribimos en él cuando nuestro sudor lo deja diluirse.
M: habría que derramarse más aun sobre él para crear en nuestras baldosas toda una continuidad de eventos que serian borrados al instante.
H: sin pretensiones, últimamente todo es instantáneo, el deseo, las aristas de las calles, y la forma en la que sobre la hoja se diseminan las letras o las líneas.
M: hablas de la gloria, de los dedos que forman letras y eso es como el escultor de la famosa o menos glamurosa imagen poética.
Él se levanta con cara de fastidio y se dirige a la cocina, buscando que comer.
H: si algún día te dejarás de poesías, y entraras más de lleno a la cocina, podríamos comer un poco mejor por acá, un estofado de vez en vez, un pollo asado.
M: y suponte que nada de eso es poético.
Mientras se levanta y camina lentamente por el lugar y recoge tazas con restos de barniz y oleos destapados.
H: poéticos los olores de los garbanzos y las habas, proféticos son los panes recién hechos y no lo esqueletos de moronas en la bolsa de papel de hace una semana.
M: más pintura y menos quejas.
Vuelve, se hecha en el sillón
H: y que la pintura se fue al diablo te dije, cómo que las cromas son cosas del pasado y ser un sujeto moderno es necesario.
M: y dale con idioteces.
H: pues le doy.
Se sienta a su lado