Saturday, June 14, 2008

Carta de Dido

Muerte que vienes de días que fueron solitarios,

Tu péndulo contra mi pecho marque el destino de mis horas,

Espada, eres tiempo que camina en círculo, rodea mi espacio,

Mi destino tiñe en carmesí,

Del amor ese que las distancias sofocan y consumen,

Del vaho en el que el espejo del tiempo se deja embestir,

Trazaré mis últimos minutos que en testimonio efímero se me revelan,

Por el indecoroso aliento de la muerte.

Tú, muerte eres hermana, madre, padre y eterna morada,

Por la omnipresente compañía que durante la vida me brindaste,

Te convoco a ti,

Por medio del péndulo que exuberante en dolores dirijo a mi solitario seno,

Donde una vez ayer yacía cual morador absoluto el dueño de esta espada,

Eneas el maldito que desdeña mi amparo, quien quebranta mi sueño,

¿Estás muerte en mi sueño? ¿Llevas cuenta de tus victorias?

Cuando yo dormía te apresurabas alevosa, sonriente y calma a esperar mi ultimo aliento

Y ahora, que triste de amores te llamo, no tienes para mí el arranque debido;

Dame el requerido impulso

Sobre el que Eneas partió y levantó un muro eterno de afrentas y guerras,

Dame el odio que en mis venas desgarre e inutilice mi corazón quebrantado,

¿No te basta con haberlo mutilado?

Muera Eneas también y su descendencia aun en desamparo,

Los hijos de nadie, las hijas de la peste.

El dolor no debe ser una ironía,

Es la dulce condena de las que vivimos y gozamos el amor que no nos fue otorgado,

Primero la perdida de un marido,

Ahora la huida de un extraño,

Cupido me ha abandonado,

Y con su flecha ha violado toda razón que aun persistía tras la muerte de Siqueo,

Por ello te insto muerte, acudas a esta espada y rompas todo asomo de espíritu;

Aun amante del mundo,

Aun insistente en retener el aliento.

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